jueves, 1 de julio de 2010

En Bogotá, el día 3 de junio de 2010 fue presentado el libro:

Diego Montaña Cuellar: un luchador del siglo XX”,

de María Teresa Cifuentes Traslaviña

Libro presentado por Álvaro Delgado, en la Librería del Fondo de Cultura Económica, Centro Cultural Gabriel García Márquez, de la ciudad de Bogotá.

Desde que María Teresa me contó, hace dos años, de su proyecto de escribir la biografía de Diego Montaña empecé a pensar en la suerte que corren los hombres y mujeres de la vida pública desde el mismo momento en que desaparecen del entorno en que tuvieron la mayor visibilidad. En un medio social azaroso y fugaz como el que nos tocó en gracia, donde solo la perversidad del poder parece tener vida eterna, pensaba en la velocidad y la eficacia con que olvidamos a los muertos más cercanos y admirables de la izquierda colombiana.

No hay una biografía competente de Víctor J. Merchán o Gilberto Vieira, así como no la hay de León de Greiff o Marco Ospina y los demás pintores no figurativos de la izquierda colombiana. Como en las filas de la izquierda aprendimos la política por disciplina partidaria antes que cultural, desconocemos la trayectoria ideológica de Fals Borda y seguimos sumergidos en un mar de dudas y nieblas después de intentar desembrollar el sentido de las confrontaciones políticas que concluyeron con el surgimiento de la izquierda contemporánea entre mediados de los años 20 y principios de los 30 del siglo pasado. Necesitamos saber de verdad quiénes fueron o son todavía Luis Carlos Pérez, Hernando Garavito Muñoz, Jacinto Jaramillo, Ventura Puentes Vanegas, Juan Pastor Pérez o Jorge Regueros Peralta.

María Teresa Cifuentes se atrevió a introducirse en las dudas, verdades y mentiras de uno de los más lúcidos y controvertidos líderes de la izquierda nativa, que, para honrar la memoria, mejor conviene llamar izquierdas. Un hombre altivo y a la vez reflexivo, que nunca se acomodó enteramente en ninguna posición absoluta. Abrigaba certezas pero era capaz de perder la certidumbre de las cosas indiscutibles. No le importaba perder. Siempre encontraría una puerta hacia otra verdad más convincente. Gustaba enormemente encontrarse con la muchedumbre y escuchar sus gruesas verdades y también sus blasfemias. Parecía un hombre previamente encargado para explicar la verdad que era posible encontrar entre los anarquistas. Sobre todo, si el auditorio era de jóvenes, Diego hilaba sus pensamientos con más facilidad y más alegría. Sonreía tenuamente mientras pronunciaba frases sorprendentes y unas arruguitas de picardía le tiritaban en las comisuras de los ojos. Era un conversador político profesional.

Nunca tuve una identificación programática acabada con Diego Montaña, y ahora creo que nadie la tiene con nadie, y que lo que une sólidamente a la gente de las izquierdas es la independencia del pensamiento y su irreductible vocación por la causa popular. Cómo transcurre ese suceso en las personas y cuál es el tamaño de las ofertas que presentan los más representativos dirigentes populares parece ser el meollo de lo que esperamos encontrar en la vida política.

María Teresa ha hecho el esfuerzo de describir esa personalidad vacilante e incansable que todos somos, sin la pretensión de encontrar aprobaciones condicionadas de su trabajo, aunque sí la de despertar el constante debate que debiera ser la actual izquierda colombiana y no lo es.

Ojalá este trabajo de investigación se convierta en un llamado más a sacar la discusión del sigilo y el enclaustramiento en que se la tiene, y que ningún estremecimiento, por escandaloso que sea, logra conmover. Es una izquierda que se engolosina con los presupuestos y camina frescamente hacia la institucionalización de sus costumbres, en el seno de la cual la crítica es omitida porque pone en peligro puestos, caudas electorales y hasta proyectos familiares de largo alcance. Tenemos la obligación de hacer el reclamo, porque ese mismo sector de colombianos es heredero de una historia plena de luchas formidables, caídas y recuperaciones y constituye la única garantía de la democracia, la verdad y la justicia de un país sumergido en la descomposición de todos los valores,.


Álvaro Delgado

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