viernes, 25 de noviembre de 2011


Medellín: La Carreta Editores E.U., Universidad Autónoma de San Luis Potosí, Coordinación de Ciencias Sociales y
Humanidades de la UNAM, 2007, 296 pp.

Marco Palacios[*]

Reseñas


Este libro de Betancourt debe figurar en cualquier bibliografía latinoamericana y debe ser de lectura obligada en los cursos de historiografía colombiana. Es el tipo de texto ágil y crítico del que había urgencia en Colombia en una la disciplina que, como abunda el autor, ha conso­lidado la fase de profesionalización. Betancourt parte en buena medida del ejercicio abierto y paciente que Jorge Orlando Melo asumió durante años: presentar perió­dicos balances historiográficos orientados por el rigor y la ecuanimidad. Pero este trabajo, que es también riguroso y ecuánime, es mucho más ambicioso, inquisitivo y abarcador.

Sin pretender erudición ni enciclopedismo, Betancourt ilustra sus tesis mediante un recorrido sucinto por las grandes líneas del desarrollo de la historiografía colombiana ("los marcos metodológicos e institucio­nales"), concentrándose en elementos significativos de la producción de los historiadores más reconocidos. En semejante viaje, Betancourt suele detenerse en la obra de muchos otros historiadores, politólogos, eco­nomistas y sociólogos que también han contribuido al desarrollo de la disciplina, con las limitaciones ya mencionadas, y se esmera en conside­rar los principales trabajos propiamente historiográficos del país.

No habrá lugar a perderse en un texto que, para el caso, es sencillo como puede serlo la línea recta. En seis capítulos cubre la formación de la disciplina. En el siglo xix, Restrepo, Posada Gutiérrez, Groot, Henao & Arrubla, inventan, por así decirlo, una historia nacional que arrancaría en la misma Independencia. Sigue la parábola de la Academia Colombiana de Historia, con liberales del estilo de López de Mesa, que resulta clave en la primera profesionalización de la disciplina. De este hito sigue la aparición de los "revisionistas", que introducen explícitamente dimensiones socio­lógicas por un lado, Nieto Arteta el más importante, y por otro aparecen los actores populares, verbigracia en Los Comuneros de Arciniegas.

El Frente Nacional ofrece el marco de la siguiente etapa: un nuevo revisionismo que se explaya en un tratamiento menos afable a los héroes epónimos de los dos partidos: Bolívar y Santander. En este revisionismo aparecen esquemas como el popular de pueblo-oligarquía de Liévano Aguirre y proyecciones de tono menor, marxistas en diferentes versiones que, más o menos, de Antonio García a Nicolás Buenaventura sacaron a la superficie la pertinencia de la lucha de clases.

El siguiente episodio se refiere a la "Nueva Historia" (así bautizada por un poeta, subraya el autor), fenómeno que implantó definitivamente un sustituto profesional e idóneo de la Academia Colombiana de Historia. Aquí se destaca la voz de Jaramillo Uribe y de dos de sus prin­cipales discípulos, Colmenares y Melo, quienes, sugiere el autor, pese a sus avanzados métodos, no logran escribir una historia que reconstruya el pasado nacional como una obra inclusiva.

En un primer plano, la "Nueva Historia" se dedicó de lleno a explorar las bases mate­riales de la modernización del país a partir de la estructura colonial, al precio de dejar invisible a "la nación". En un plano quizás más profundo las notas institucionales domi­nantes de esta nueva fase del desarrollo de la disciplina son un huir del presente, dejar pendiente el tema de la nación, encerrarse y no dialogar ni con otras disciplinas ni entre los historiadores. "En Colombia los distintos modos de escritura de la historia no han sos­tenido una confrontación dialéctica, ni se han expresado sus diferencias a partir de los parámetros de las comunidades académicas" (p. 75).

Así, algo impopular, enclaustrada disciplinar y geográficamente, y poco dispuesta a crear ambientes de crítica interna y diálogo, la historiografía colombiana, siempre (y no sólo ahora) ha estado en mora de replantear, recoger, debatir y salir al mundo. No cabe duda de que seme­jante diagnóstico, así como los remedios propuestos, serán quizás objeto de controversia, aunque si el autor está en lo correcto, tal controversia habrá de ser oblicua y algo apagada.

A riesgo de parecer indecoroso y aprovecharme de una reseña para controvertir críticas a mi trabajo, quisiera decir que, a mi parecer, Betancourt no entendió la tesis central del ensayo La clase más ruidosa (1982). Allí señalé que la incapacidad del "cachaco conquistador" de cumplir su cometido civilizador hegemónico lo llevó a la ilusión, y luego a la simulación, al arribismo y a la impostura radical con un altísimo costo social, político y cultural y en desmedro de la inte­gración de una nación moderna.

Dicho esto, sintetizo: Historia y nación entra a la columna de los activos de la historio­grafía colombiana.


[*]Profesor e investigador del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México (Ciudad de México, México) y profesor asociado de la Facultad de Administración de la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia) mpala-cios@colmex.mx


Tomado de: Historia Critica No. 44, Bogotá, mayo-agosto 2011, 240 pp. issn 0121-1617 pp 216-217

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